La gangrena representa la fase final de la isquemia arterial en las extremidades inferiores, produciéndose cuando los tejidos mueren por falta de riego sanguíneo. Aunque se asocia principalmente con la necrosis, la gangrena también puede implicar infección, que puede ser consecuencia o agravante de la isquemia. En muchos casos, ambos factores coexisten, determinando la gravedad de la enfermedad y sus síntomas.
El dolor intenso es el síntoma más habitual cuando predomina la isquemia, llegando a impedir el sueño incluso con analgésicos potentes. Cuando la infección es predominante, aparecen fiebre, escalofríos y mal estado general. Los pacientes suelen presentar una combinación de ambos cuadros, lo que aumenta la urgencia del tratamiento.
El abordaje de la gangrena se centra en tratar su causa. Si existe infección, se inicia terapia antibiótica inmediata y desbridamiento quirúrgico para retirar el tejido muerto. Si el origen es isquémico, se busca restaurar el flujo sanguíneo lo antes posible, evitando la progresión de la necrosis y el riesgo de amputación.
En los casos avanzados, la amputación puede ser inevitable, especialmente si afecta al pie o al tobillo. Sin embargo, la revascularización ultradistal, incluso en pacientes diabéticos, permite recuperar circulación en áreas muy distales, reduciendo complicaciones y preservando la extremidad.